CRÓNICA POR ENTREGAS

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martes, 19 de octubre de 2010

11- El viajar es un placer

Convengamos que si empezar a construir una familia de a dos es, ya de por sí, una tarea ardua, mucho más problemático es empezar a construirla de a tres. Sobre todo, cuando los otros dos se conocen desde antes y son nada menos que madre e hijo. En estos casos, ya no se trata simplemente de edificar una pareja (¿simplemente? ¡Ja!), sino también de adaptar los perfiles de esa pareja a la existencia de un niño, y viceversa.

No obstante este condicionamiento inevitable, resultaba evidente que las cosas entre Marcela, Ariel y yo iban evolucionando bien. Tanto, que en poco tiempo mi condición de padre cama afuera experimentó una mutación considerable. Sucedió que, a fines de ese año, empecé a quedarme regularmente en casa de Marcela los sábados a la noche, lo cual nos permitía compartir los domingos casi como una auténtica familia: desayuno-parque-almuerzo-sobremesa-película en video-mate con facturas-tarea para el lunes-juegos de mesa-depresión del anochecer-cena.

Así planteadas las cosas, me pareció atinado proponerle a Marcela que ese verano nos fuéramos los tres juntos de vacaciones. La verdad es que si hubiese querido provocar un golpe de efecto, no me habría salido mejor: Marcela quedó sumamente complacida de que ni siquiera se me hubiera pasado por la cabeza la posibilidad de excluir a su hijo del viaje, y aceptó mi propuesta con entusiasmo. "Va a ser como un viaje de bodas sin boda", me dijo. "Y sin luna de miel", agregué, melancólico, imaginando no sin cierta desazón la constante presencia del dulce Ariel junto a nuestro lecho nupcial.

En aquel momento no se lo dije a Marcela pero, a decir verdad, más que como un viaje de bodas, yo veía a nuestro inminente concubinato acelerado de verano como un ensayo de vida matrimonial. Una especie de pasantía conyugal.

Luego de evaluar y descartar distintas alternativas -la Costa Azul porque allá estaban en invierno, la Polinesia porque quedaba muy lejos, las Islas Caimán porque detesto a los reptiles, las Islas Vírgenes porque a esta altura ya nadie les cree- terminamos decidiéndonos por pasar una semanita de lo más gasolera en las sierras de Córdoba.

Partimos a la medianoche de un tórrido domingo de enero. El colectivo era muy confortable y ya el aire de parajes lejanos que fluía en su interior invitaba a soñar. Tanto, que no nos atrevimos a rechazar la invitación, y de las cinco horas que duró el viaje dormimos aproximadamente cuatro horas con cincuenta y ocho minutos. Una vez en la Docta, desayunamos y, luego de unas horas de espera, nos embarcamos (¿no sería más apropiado decir que nos encolectivamos o que nos enomnibusamos?) rumbo a la localidad de Capilla del Monte.

No fue fácil obtener alojamiento. Luego de mucho deambular, conseguimos lo que al parecer era la última habitación triple disponible en todo el Valle de Punilla. Fue en una hostería llamada "El Rancho Grande", donde a pesar de lo que pueda suponerse a juzgar por su nombre, no había ninguna rancherita que alegre me dijera cómo me iba a hacer los calzones. Lo que había, en cambio, era un señor grandote y de bigotes parecido a Pancho Villa con el cual no me pareció apropiado discutir el tema de la confección de mis prendas íntimas.

Completé la ficha de registración colocando mis datos personales en el rubro "Solicitante", los de Marcela en "Acompañante 1" y los de Ariel en "Acompañante 2". Como en "Acompañante 1" y "Acompañante 2" se me pedía que aclarara "Relación con el solicitante" no lo dudé ni un segundo y escribí "esposa" e "hijo". Me provocó un placer inmenso hacerlo, no tanto porque mentir tenía algo de juego transgresor, de travesura, sino porque sentía que, más que una mentira, aquello era una verdad levemente maquillada. ¿Qué mal podía encerrar entonces el hecho de que el apellido de "Acompañante 2" no coincidiera con el de "Solicitante"?
Nos concedieron una habitación que contaba con dos camas, una matrimonial y otra de una plaza. La insalvable cercanía de ambas me hizo pensar que mi pronóstico respecto de la luna de miel había sido acertado: las circunstancias sugerían que en esa habitación iba a haber menos sexo que en "Ico, el caballito valiente". Más que luna de miel, todo auguraba un eclipse de luna de miel. Sólo quedaba el consuelo de aspirar a que se tratara de un eclipse parcial.

CONTINUARÁ
Próximo capítulo: "El viajar es un placer" (2da parte)

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